miércoles, 2 de agosto de 2017
PASO ...PASO, SE VINO EL BANANAZO.
Un país puede convertirse en “bananero” por un par de razones: o bien porque produce bananas o bien porque sus dirigentes suelen ser complacientes con los intereses de los más poderosos y se ocupan poco de defender a los más desprotegidos.
Con el “bananazo” de este mediodía en Plaza de Mayo, una protesta en la que un puñado de productores repartieron unos 30.000 kilos de esa fruta entre mucha gente que formaba largas colas serpenteantes a pocos metros de la Casa Rosada, la Argentina se recibió de “país bananero” en serio, con mayúsculas. Y es que cumple con ambas condiciones.
Muchos argentinos descubrieron hoy que vivían en un país que producía bananas. No es raro, pues nadie en la escuela se ocupó de contarles que en las zonas subtropicales del norte (en Formosa, Salta y Jujuy) ese cultivo se da bien desde hace décadas. En algún momento la cosa andaba mejor y los productores formoseños de Laguna Naineck, cerca del Pilcomayo y asesorados por el Inta, llegaron a producir sobre 15.000 hectáreas. Hoy queda apenas poco más de 10% de aquello. Pero queda, y es fuente de ingresos de unos 1.500 familias campesinas que viven un poco de esto y otro poco de aquello.
En el Noroeste, en tanto, hay más de 3.000 hectáreas con bananas que son explotadas con un perfil algo más empresarial.
Entre ambas regiones la oferta nacional de banana llega a unas 4 millones de cajas de 20 kilos, lo que permite cubrir cerca del 20% del consumo interno de esa fruta (la preferida de los argentinos). El resto, como lo nacional no alcanza, se importa desde hace décadas desde Ecuador, Brasil, Paraguay o Bolivia. La banana es el principal alimento importado por este país, superando incluso al café y al cacao. Se gastan unos 250 millones de dólares por año en hacerlo.
Estos rasgos productivos alcanzarían para convertir a la Argentina en un “país bananero”. Pero exagerados como somos, los argentinos ahora nos empecinamos en recibir ese título con todos los deberes hechos.
En un país normal, el Gobierno no hubiera permitido la postal de este miércoles en la plaza más importante de todo su territorio. Pero en este país bananero hubo un grupo de dirigentes rurales y productores regalando miles de kilo de fruta, apenas una parte de toda la que no pudieron vender (en Formosa se desparramó este año más de la mitad de la cosecha) por falta de un precio lógico.
En un país normal, el Gobierno intervendría de algún modo para evitar el quebranto de sus productores, sobre todo si son minifundistas y viven en una frontera donde dos de los principales problemas son el contrabando y el narcotráfico. Pero aquí, en este país bananero, no hay regulación de ningún tipo y los bananeros nacionales están cobrando 1,5 pesos por kilo, o 30 pesos por un cajón que luego se vende en los mercados mayoristas a entre 120 y 150 pesos, y luego llegan a la gente al doble de ese valor. Dicen los bananeros de este país bananero que un “precio razonable” al productor debería llegar a 5 pesos/kilo.
En un país normal, el Gobierno trabajaría para que sus productores tengan un espacio asegurado en el mercado, al menos habilitando la compra de parte de sus cosechas para los planes alimentarios u otros programas sociales. Pero en este país bananero no hay ninguna alternativa de ese estilo, y lo que sucede ahora es que los bananeros argentinos no tienen una reserva de mercado frente a unas 2o compañías que se dedican a la importación de la fruta, no tienen ningún compromiso productivo y solo hacen de pasamanos.
En un país normal, el Gobierno contaría con técnicos preparados que deberían haberle advertido a los funcionarios de turno que se vendría un aluvión de bananas desde el extranjero, pues hay una sobreoferta generalizada y los ecuatorianos están colocando su fruta a precios de remate, de hasta 2 dólares por caja de 20 kilos. En este país bananero eso no sucedió y nadie reguló las importaciones, que crecieron nada menos que de 15 a 20% por sobre los niveles del año pasado. Es exactamente el porcentaje que debería cubrir la oferta argentina.
En un país normal la gente se pondría la camiseta de sus productores y el Gobierno haría campañas incentivando al consumo de la banana local: si hasta es más rica y mucho más barata (hoy se vende a 120 pesos por cajón contra 340 pesos de la variedad ecuatoriana). Pero la banana argentina tiene un problema de aspecto y en este país bananero nos cagaremos de hambre pero haremos facha hasta último momento. Además nadie gasta un peso en concientizar a los consumidores, que siguen eligiendo la fruta importada, mucho más cara pero más cuidada. Pipí cucú. “Ecuador vende la mejor cáscara del mundo”, dijo un productor en Plaza de Mayo. Pero, bananeros de cabo a rabo, aquí nadie lo sabe.
En un país normal los productores no suelen viajar 1.500 kilómetros para hacer visibles su problemas. En la Argentina bananera tuvieron que hacerlo, aunque hasta último momento estuvieron esperando un llamado del gobierno que les permitiese desactivar esta protesta. La llamada nunca llegó: las relaciones con Ricardo Buryaile están en vía muerta a pesar de que el ministro es formoseño como ellos. Su par de Producción, Pancho Cabrera, les estampó en la cara a los productores salteños que la única manera de sobrevivir era “ser competititvos”. En un país normal, un funcionario que ingresa en esa lógica macabra de los Kickers (“vos no entrás”) no sobreviría ni dos minutos. Pero estamos acá.
No es un problema de este Gobierno o del anterior: porque somos bananeros desde hace rato. Según cuentan los productores, ante problemas semejantes Guillermo Moreno tampoco defendía a los lugareños y solo se aprovechaba de sus quejas para imponer una mayor tasa de peaje a los importadores de banana por las benditas DJAI. Ese es otro rasgo de los países bananeros.
En un país serio, las autoridades accederían de inmediato al pedido de los productores que estaban en Plaza de Mayo para mantener una reunión de “cinco minutos” y analizar la situación. Aquí no sucedió nada de eso. Seguramente en un rato escucharemos a algún vocero del oficialismo descalificar esta protesta, calificándola como “política”.
En un país sería, luego de una reunión de urgencia seguramente el Gobierno convocaría a una reunión con los importadores, para que se “auto-regulen” y no compitan de modo desleal con la producción local ni arrasen con todo. Luego se establecerían planes serios de trabajo a futuro para apuntalar la producción y reconvertirla si hace falta, para dar difusión a la banana argentina, para crear conciencia sobre las ventajas de su consumo,. para incorporarla a los planes sociales. Habría tanto que hacer en un país serio.
Pero vivimos en un país bananero, con mayúsculas.
Producimos banana y nuestros dirigentes suelen ser complacientes con los intereses de los más poderosos y se ocupan poco de defender a los más desprotegidos.
Fuente: Bichos de Campo.
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