viernes, 19 de octubre de 2018

EL NEOLÍTICO DEL TRABAJO.




 Se estima que en España se trabajan unas 37,6 horas semanales sin contar el trabajo que dedicamos a otras tareas (compras, cuidados, cocina, limpieza doméstica, etc.) y está reconocido que las cargas de trabajo excesivas son causa de estrés y enfermedades físicas. ¿Se trabajaba tanto en otras épocas? Ésta es una cuestión compleja que involucra cálculos a partir de datos parciales, pero existe un general consenso entre antropólogos y prehistoriadores en que en las culturas de recolectores-cazadores y agricultores primitivos se trabajaba sustancialmente menos que en el mundo industrializado.

A mediados del siglo XX vio la luz Economía de la Edad de Piedra, un ensayo hoy clásico del antropólogo Marshall Sahlins. En él se describe cómo varias culturas recolectoras-cazadoras acostumbraban a dedicar entre 3 y 5 horas diarias (21-35 horas semanales) al trabajo, siendo el resto de su tiempo empleado en el ocio, el descanso y las relaciones sociales.
¿Significa esto que los recolectores-cazadores de la prehistoria trabajaban menos horas que nosotros hoy en día? No lo podemos saber, pero es posible incluso que le dedicaran menos tiempo: hay que recordar que los recolectores-cazadores modernos que han sido estudiados por la antropología suelen habitar ecosistemas extremos y que es probable que medios con más recursos naturales hubieran permitido una existencia todavía más cómoda.
A este respecto hay que señalar un punto de inflexión: la adopción de la agricultura allá por el 8500 a.C. Como bien señalara Mark Nathan Cohenen su libro La crisis alimentaria de la prehistoria, la adopción de la agricultura y la ganadería supuso mayor productividad por hectárea de terreno a cambio de invertir más y más duro trabajo y de recibir una dieta más monótona y pobre. "El mayor fraude de la historia humana", sentencia el historiador Yuval Noah Harari en Sapiens, el último best seller sobre el tema.
Pero aun así, todavía puede decirse que los agricultores prehistóricos trabajaban menos que en momentos posteriores. Los estudios etnográficos de Ester Boserup, autora de Las condiciones del desarrollo en la agricultura, muestran cómo los agricultores de roza y azada (como se cree que se cultivaba en el Neolítico) debían invertir bastante menos trabajo que los de arado (la técnica que, generalizada en la Edad del Bronce, fue la más habitual hasta la mecanización del campo en el siglo pasado). Estos agricultores de roza y azada eran grupos comunitaristas libres de una clase de aristócratas rentistas (latifundistas romanos, nobles, boyardos rusos), por lo que todo el fruto de su trabajo les pertenecía a ellos.


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