En la última convención anual de la American Veterinary Medical Association (AVMA), celebrada en Boston del 10 al 14 de julio de 2015, un estudio presentado por el médico Randall J. Nett de Centers for Disease Control and Prevention (CDC) mostraba una cifras preocupantes respecto al nivel de estrés psicológico entre la profesión veterinaria, según explica una noticia publicada en Vin News Service.
El estudio se llevó a cabo en Estados Unidos en 2014 mediante una encuesta a la que respondieron más de doce mil veterinarios y cuyos resultados incluyeron finalmente las respuestas de 11.627 profesionales que cumplieron con los criterios de selección fijados en el estudio. Los resultados muestran que casi 1 de cada 10 veterinarios en activo sufre estrés psicológico y, lo que es más grave, un 17 % de estos ha considerado en alguna ocasión la idea del suicidio desde que se graduó en la Facultad.
No es la primera vez que se publican datos de este tipo en Estados Unidos, que indican que los profesionales veterinarios estén quizás sometidos a demasiada presión: según el artículo Finding calm amid the chaos, publicado en 2013 en la web de AVMA, los veterinarios tienen un índice de suicidios entre 3 y 4 veces superior a la media de la población. El estudio presentado en la convención de AVMA de 2015 señala que las demandas judiciales por la actividad clínica y los problemas para hacer frente a las deudas contraídas para pagar los estudios son las dos principales causas de las ideas suicidas.
¿Qué hace que la profesión veterinaria sea tan estresante?
La pasada primavera, un post del blog Si mi perro hablara (Fatiga por compasión, el síndrome silenciado de veterinarios y cuidadores de refugio), daba algunas claves de por qué los veterinarios son un colectivo con un alto nivel de estrés psicológico que, en algunos casos, acaba de forma fatal.
El post explica que veterinarios clínicos y etólogos, así como voluntarios y trabajadores de refugios y protectoras, están en contacto diario con animales enfermos y, lo que resulta más impactante, las tragedias de animales maltratados y abandonados. Las viven en primera persona y no son ajenos a su sufrimiento. Así, acaban padeciendo fatiga por compasión (o desgaste por empatía), que es una forma de estrés traumático secundario.
Si nos centramos en los veterinarios en sus consultas, tienen que atender animales gravemente heridos o enfermos y, en ocasiones, vérselas con propietarios que no tienen como prioridad el bienestar de sus animales de compañía. Por otra parte, muchos etólogos y educadores caninos o felinos también hacen frente a la resolución de complicados problemas de comportamiento, compartiendo el sufrimiento del animal y sus propietarios durante la terapia de modificación de conducta.
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